Si de monstruos hablamos, tanto vampiros como momias y zombis no podrían considerarse “vivos”. Sin embargo, para los primeros existen varios métodos probadamente eficaces para “matarlos”, como estacas o la luz solar. Las momias son un poco más complicadas, pero últimamente parece que un buen escopetazo o sablazo las puede convertir en polvo. Y si saben leer egipcio antiguo, recitar un arcaico texto las puede devolver al más allá. En cuanto a los zombis, su punto débil parecería ser la cabeza, así que cortarla o volarla en pedazos sería el método más conveniente.
Esto quiere decir que podríamos “matar” a algo “no vivo” (también podemos “matar el hambre”, pero ese es otro tema). Por lo tanto, no estaría mal decir que el alcohol etílico al 70% es capaz de matar al coronavirus que nos aqueja y es causante de la pandemia de COVID-19. Aunque lo correcto sería decir que al virus lo estamos inactivando, o al sumo destruyéndolo.
¿Y a qué viene todo este alboroto? ¿Acaso los virus no son seres vivos, como las bacterias, las plantas, los animales y nosotros? Bueno, sí. Pero no. O quizás sea algo intermedio.
Una de las tantas características que debe tener un ser vivo es la de la reproducción, es decir, poder hacer copias de sí mismo. En nuestro caso, esto ocurre a través de la reproducción sexual. Para los virus la cosa es un poco más compleja (o sencilla, dependiendo de cómo se lo mire). No pueden como nosotros juntarse dos virus y producir pequeños viriones a los cuales les deben enseñar cómo viralizarse. Tampoco una partícula viral puede dividirse para dar otros dos virus, como hacen las bacterias y nuestras propias células. Entonces ¿cómo hacen?
El problema de los virus es su simplicidad. Básicamente, la mayoría son material genético (en la forma de ADN o ARN) protegidos por una cobertura de proteínas y, en algunos casos, una capa de lípidos (grasas). Carecen de la compleja maquinaria necesaria para poder duplicar su material genético y para producir sus cubiertas protectoras. ¿Y cómo hacen para multiplicarse tan rápido y hacer tanto daño?
Bueno, ¿para qué gastar energía, materiales y espacio en juntar toda esa maquinaria (por algo están dentro de los organismos más pequeños del planeta) si se lo pueden “pedir prestado” (robar) a la célula que infectan? Eso hacen los virus, se aprovechan de la célula para reproducirse. O para no ser tan tajantes, “toman vida prestada”.
Primero engañan a la célula para entrar. En su superficie poseen proteínas (la Spike del coronavirus SARS-CoV2 es la más famosa en estos días) que imitan “llaves” que encajan perfectamente en otras proteínas “cerradura” que están en la superficie de la célula. De esa manera abren su camino para entrar a ella, liberar su material genético y obligar a la célula a que lo multiplique decenas de miles de veces.
A partir de ese material se fabrican las cubiertas proteicas, los numerosos virus se ensamblan y salen de la célula destruyéndola. En algunos casos, como el SARS-CoV2, le siguen robando a la célula, y se llevan un pedazo de sus membranas, que es lo que constituye la capa extra de lípidos que rodea a los virus.
Por suerte, esa capa grasa que envuelve al coronavirus que nos amenaza actualmente es afectada por el jabón y el alcohol etílico, y es justamente en esa envoltura donde se encuentra la “llave” que le permite al virus entrar a las células. Por lo tanto, si rompemos la capa de grasa no hay llave, y si no hay llave jamás va a poder entrar para multiplicarse y seguir infectando otras células.
Entonces ¿es correcto decir que algo “mata” al virus”? En realidad, y siendo estrictos a nivel biológico, no sería apropiado. Pero si podemos matar a un vampiro, a una momia o a un zombi, ¿por qué no podríamos matar a un virus? En todo caso, si nos ponemos estrictos, comencemos a inactivar virus, aniquilar vampiros, destruir momias y abatir zombis. Pero no todo al mismo tiempo, porque seguramente saldríamos perdiendo al menos que nos ayuden unos superhéroes. Aunque para el coronavirus alcanza y sobra si nos lavamos las manos seguido con jabón o alcohol en gel, usamos barbijo y mantenemos al menos dos metros de distancia con otras personas.